María José Azócar y Andrea Sato*
La pandemia del COVID-19 cambió todos los ámbitos de la vida. El riesgo de contagio obligó al cierre de los mercados, suspensión de cadenas de valor y ensayar nuevas formas de producción. Los cuerpos contagiados, las salas llenas de los hospitales en las periferias y el empobrecimiento sistemático de los hogares no fue razón suficiente para detener el avance de un modelo de expolio capitalista que se basa en la opresión y explotación de las fuerzas vitales.
Chile, un país “ejemplo” en la región por su responsable política fiscal, estabilidad democrática y apertura a los mercados, enfrentó los primeros meses de pandemia después de meses de manifestaciones contra el empobrecimiento, la desigualdad social y el abuso. “Contra la precarización de la vida” fue la consigna que secundaron organizaciones feministas y sociales.
La crisis social y sanitaria de la pandemia del COVID-19 ha sumido a Chile y al mundo en una importante recesión de la cual aún no tenemos certezas de sus alcances. Las crisis económicas y recesiones mundiales tienen víctimas claras: sectores más empobrecidos, especialmente las mujeres empobrecidas. En este artículo explicamos los mecanismos patriarcales y racistas que están detrás de la actual crisis estructural del capitalismo para luego describir el impacto que ha tenido la pandemia del COVID-19 en la situación laboral de las mujeres en Chile.
Capitalismo Patriarcal Racialmente estructurado
Desde los años 70s y con más fuerza en la primera década del 2000 el Capitalismo ha entrado en una etapa financiarizada. Lo peculiar de este sistema financiarizado es que no necesita que las ganancias vía mercados de capitales estén conectadas con las ganancias que genera la producción. Por ejemplo, una persona en Singapur puede obtener muchas ganancias financieras a partir de la compra y venta de promesas de compra de primeras viviendas en Estados Unidos. Pero estas ganancias financieras no dependen de que el negocio inmobiliario en Estados Unidos funcione bien. Perfectamente se pueden vender viviendas a personas que no serán capaces de pagar los préstamos en el corto y mediano plazo.
Los Estados han jugado un rol central para que el Capitalismo Financiarizado sea posible. Por ejemplo, a través de la progresiva privatización de servicios sociales se han trasladado los costos de estos servicios a los hogares. Al mismo tiempo, como ha habido una disminución sostenida de los salarios reales de la clase trabajadora, a las familias no les ha quedado otra alternativa que endeudarse para pagar cuestiones tan básicas como el agua.
Pero en este proceso de financiarización de la economía, el patriarcado -como sistema social y económico- ha jugado un rol central también. Dado que vivimos en una sociedad sexista, las mujeres están más empobrecidas y tienen empleos más precarios y perciben menos salarios que los hombres [Barriga, F., Durán, G., Sáez, B., & Sato, A. (2020). No es amor, es trabajo no pagado. Un análisis del trabajo no pagado de las mujeres en el Chile actual. Santiago: Fundación SOL].
Además, mujeres y hombres hacen gastos diferenciados en sus familias, por lo tanto, son las mujeres generalmente las que terminan pagando más por el bienestar familiar, reforzando la desigualdad dentro de los hogares. Si a esto se suma que el trabajo feminizado de cuidados no es ni siquiera valorado como un trabajo en nuestra sociedad, entonces, las ganancias financieras de quienes prestan dinero (en su mayoría hombres blancos hetero-cisgénero) se obtiene de la deuda en la que incurre la clase trabajadora, en particular las mujeres pobres y racializadas -quienes son las que reciben menos salarios y se insertan en peores empleos, y por tanto necesitan endeudarse más.
Son estas lógicas patriarcales (y racistas) las que explican cómo se construyen las clases sociales. Estas lógicas establecen una relación de poder entre grupos sociales y con base en esas relaciones de poder algunos grupos pueden acceder a más recursos que otros, acumulando más ingreso y riqueza.
Pandemia en Chile
El impacto de la pandemia del COVID-19 en Chile sirve de buen ejemplo para entender las lógicas opresivas, y no sólo explotadoras, del capitalismo.
Una lógica patriarcal supone que las mujeres son trabajadoras desechables, de estatus subordinado y con habilidades “naturales” que las hacen más competentes para empleos de rango menor. Esta lógica patriarcal explica por qué las mujeres en Chile fueron las que recibieron el golpe más duro de la pandemia.
En un contexto donde las mujeres tienen tasas de ocupación más bajas que los hombres, la pandemia implicó que más de un millón de mujeres perdieran sus empleos en Chile. Según la Encuesta Nacional de Empleo (ENE), para el último trimestre del año la Tasa de Desempleo Abierta el año 2020 para las mujeres fue 10,9% (mientras que para los hombres fue de 9,8%). Según la estimación de la Fundación Sol, la Tasa de Desempleo Integral fue aún mayor: 15,5% para las mujeres (y 13,6% para los hombres). Estas son tasas sin precedentes desde que comenzó a aplicarse la Encuesta de Empleo en Chile. Sumado a esto, la Tasa de Inactividad para las mujeres en el trimestre móvil de abril, mayo, junio del año 2020 alcanzó a 4 millones 700 mil mujeres (versus 2 millones 800 mil para los hombres). Esta cifra es también histórica y no bajó de los 4 millones durante el año 2021.
El impacto de la pandemia se hizo ver con especial fuerza en empleos feminizados. Un ejemplo de ello es el trabajo doméstico. Entre los años 2019 y 2020, según los datos del último trimestre del año, la ocupación en esta categoría bajó un punto porcentual y al año 2021 no volvía a recuperarse a los niveles pre-pandemia. En esta categoría también es común que las personas trabajen sin contrato y en la informalidad, lo que implica que las personas no tienen un piso mínimo de protección social ante una crisis.
El impacto de la pandemia sobre mujeres migrantes que se dedican al trabajo doméstico es de particular preocupación. Sobre estas mujeres operan lógicas sexistas y racistas que las subordinan a una situación especialmente precarizada.
Rico y Leiva- Gómez, por ejemplo, en sus entrevistas a mujeres migrantes de Bolivia trabajando como cuidadoras en Chile durante la pandemia, documentaron cómo estas mujeres se vieron expuestas a la modificación unilateral de sus contratos, reducción de salarios, despidos sin pagos, y maltratos racistas. Las mujeres que decidieron viajar a la frontera para volver a sus hogares en Bolivia fueron abandonadas y discriminadas. [Leiva-Gómez, S., & Rico, M. (2021). Trabajo doméstico migrante en Chile y el COVID-19. Cuidadoras bolivianas en el descampado. Publicación del Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones 53, 227-255]. Mientras tanto, la riqueza de unos pocos en Chile (incluida la del presidente Sebastián Piñera) aumentaba en un 11% en esos mismos meses. Sólo un capitalismo patriarcal y racista hace posible sostener estas jerarquías de poder entre grupos sociales.
Durante el año 2021, sólo se han recuperado 700 mil empleos para las mujeres en Chile. Peor aún, casi el 42% del empleo creado en el periodo responde a trabajo externalizado o endeble. Además, el 56,2% del empleo creado para mujeres es de carácter informal (Figuras 1 y 2). Esta situación precarizada de recuperación de empleo para las mujeres no es algo nuevo. Esta inserción precaria es un patrón del capitalismo patriarcal. La mala calidad del empleo para las mujeres, los altos niveles de subempleo y desaliento, la externalización e informalidad han sido parte constituyente del empleo en Chile. La pandemia no hizo más que profundizar la crisis del trabajo asalariado y de los cuidados.
Un Futuro con Empleos Dignos
Cualquier propuesta de recuperación económica para las mujeres en Chile debe ir unida con una política de empleo robusta, que tenga como eje no sólo recuperar los empleos perdidos, sino que poner énfasis en la calidad del empleo. Políticas que aspiran a mantener la misma cantidad de empleos previa a la pandemia con una calidad deficiente, no protegen a las trabajadoras. Sólo aumentan la deuda que beneficia a unos pocos multimillonarios. Avanzar en mejorar la calidad/dignidad de empleos, comprendiendo la división sexual del trabajo y las labores de cuidado que las mujeres han realizado históricamente es central para comenzar a salir de la actual crisis estructural del capitalismo. Para conquistar una vida digna en el futuro es necesario trabajo protegido, estable y decente para las mujeres, poniendo en el centro los cuidados, fortaleciendo la organización sindical, garantizando los derechos colectivos del trabajo y estableciendo comunitariamente los parámetros para el trabajo socialmente necesario.
* Chile, investigadoras de la Fundación Sol.